A Nasar el Amuom, de 35 años y nacido en Marruecos, ni se le pasa por la cabeza regresar a su tierra natal mientras atiende como si fuera suya la frutería en la que está empleado en Madrid. Escoge las naranjas, palmea los melones y recomienda jugosos melocotones a sus clientas, de una media de 70 años, a las que llama gentilmente "señoritas". Éxito absoluto como campaña de marketing: no cabe un alfiler en la tienda.
Los intentos de retorno en época de crisis no funcionan, advierte una experta
El 95% de los inmigrantes mantiene vínculos con sus ciudades
"El verdadero efecto llamada son las familias", asegura el investigador Reher
La madre de María y Sileni ha cumplido su sueño: sus hijos están aquí
Nueve de cada diez inmigrantes cuyo destino era España siguen aquí
Los extranjeros tienen un nivel educativo similar al de los españoles
Nasar es uno de los 540.000 inmigrantes marroquíes que llegaron a España en busca de un futuro mejor, aunque contaba con una ventaja de partida: su padre. "Nuestra familia vino aquí por él, que a la muerte de Franco se instaló en Barcelona, para trabajar en una finca de flores. Nos fue trayendo a todos: a mis hermanos, a mi madre. Y el último en llegar fui yo, en 1991, sin estudios y sin saber leer ni escribir en castellano. Pero aprendí, me formé, trabajé de camarero y después como encargado en esta frutería. Aquí tenemos hecha nuestra vida: algunos de mis hermanos trabajan en fábricas, y otro de ellos y mi tío son los dueños del restaurante La Alhambra de Lavapiés", resume sin perder de vista la creciente cola de clientes en el mostrador de la frutería.
Su familia es un ejemplo del "auténtico efecto llamada", que no está en las declaraciones de un político; ni siquiera en las leyes. Es la existencia de conocidos (familiares o amigos) que ya están instalados en el país de destino. Quien apoya esta afirmación es David Reher, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid e investigador principal de un macroestudio llevado a cabo entre 2006 y 2007 junto al Instituto Nacional de Estadística (INE). "Es como dar un salto mortal, pero con red", dice Reher.
España, donde uno de cada diez habitantes es extranjero, no es una excepción. Al margen de regulaciones, lo que más anima a emigrar son esos contactos.
El 81% de los entrevistados -una muestra de 15.500 personas- tiene previsto traerse a su familia. El caso más sangrante es el de las mujeres o parejas con hijos. Un 25% de los descendientes se tuvo que quedar en el país de origen, y su reagrupación es una prioridad. Así sucedió con María y Sileni Tabarez, dominicanas, cuya madre había emigrado a España en los años noventa con la firme intención de sacar a sus hijos -dos chicos y dos chicas- de la isla sin oportunidades. Lo dejó todo previsto mientras empezaba a trabajar como interna en Madrid: sus hijas de 13 y 14 años estudiarían peluquería y estética, y cuando reuniera el dinero les pondría una peluquería en España. "Así fue como llegamos aquí de jovencitas, en 1997. Terminamos nuestra formación y, con mucho esfuerzo, mi madre nos ayudó a montar esta peluquería y locutorio. En cuanto a mis hermanos: uno trabaja en el aeropuerto de Barajas en servicios de paquetería, y el otro está en el paro", señala Sileni, hoy empresaria, que trabaja de nueve de la mañana a nueve de la noche entre secadores y pinzas, con su impecable rostro maquillado. Finalmente, el sueño de su madre -que de interna ha llegado a secretaria de una constructora- se cumplió. A estas alturas, nadie de su familia se plantea regresar, por mucho que echen de menos "la bachata y el ritmo de vida más tranquilo".
¿Durante cuánto tiempo mantienen los vínculos con el país de origen? Según la encuesta, más del 95% mantiene contactos, aunque sólo el 45% envía dinero u objetos. Y estos vínculos se pierden con el tiempo (entre los que llegaron antes de 1987, sólo el 60% mantiene contactos con su país y el 5% envía remesas). "Los países de origen están perdiendo un capital humano importante, gente joven y preparada. Se habla mucho de la fuga de cerebros que afecta a Argentina, por ejemplo, pero en general es toda Latinoamérica la que sufre este fenómeno", señala la historiadora y experta en movimientos de población, Blanca Sánchez Alonso. En su opinión, y a la vista de otros fenómenos migratorios anteriores, las iniciativas políticas de fomentar el retorno en época de crisis no van a funcionar.
"Los inmigrantes se irán cuando hayan terminado su etapa laboral o sus proyectos aquí, y eso beneficiará también al país de origen, porque no sólo se trata de enviar divisas. La responsabilidad de los países desarrollados es fomentar el crecimiento mediante ayudas a la creación de empresas allí o microcréditos", añade. Pero hasta que suceda, el hecho es que los más trabajadores y decididos salen fuera y poco a poco prosperan en el extranjero, dejando su sociedad de origen huérfana de profesionales.
Los inmigrantes españoles proceden de una veintena de países. Marruecos (casi el 12% de los 4,5 millones de inmigrantes), Rumania (9,5%), Ecuador (8,2%), Colombia (6,6%) y Reino Unido (6%) son los principales. Los otros grupos en los que los investigadores han repartido a la población según su origen son los países andinos (Bolivia, Ecuador, Perú y Colombia), el resto de los latinoamericanos, africanos y otros (este de Europa y asiáticos).
El estudio del INE tiene un objetivo declarado, admite Reher, quien es, él mismo, un inmigrante (nació en Estados Unidos, aunque ya tiene nacionalidad española): "Romper estereotipos". "Los inmigrantes están constantemente en el debate de los políticos, pero éstos hablan con muy poca información", afirma.
El primero de los tópicos es el de la formación. Un 75% de las personas que han nacido fuera pero han decidido instalarse en España estaba trabajando antes de decidir cambiar de país. "No se trata de vagos, delincuentes o desempleados, para empezar porque estos grupos no podrían pagarse el viaje", indica Reher. ¿Y el otro 25%? "Probablemente, la mayoría sean hijos menores de edad, por lo que no podían estar trabajando antes", apunta el investigador. Relacionado con esto está el hecho de que sólo un 19% admite haberse endeudado para pagarse el viaje.
Éste fue el caso de la familia de Edgar Mikionis, originaria de Lituania, que tuvo que emigrar porque la situación económica de su país no acababa de estabilizarse y perdieron el empleo de un día para otro. "Primero emigraron mis padres y mi hermano mayor. Después, en 2001, cuando yo tenía 14 años, me hicieron venir con ellos. Yo no imaginaba que los primeros meses dormiríamos en el coche porque nadie nos avalaba para alquilar un piso. Al menos, España era un buen destino, que mis padres escogieron porque en invierno no pasaríamos tanto frío en la calle. Al principio fue duro, pero ellos han trabajado toda su vida, así que se las arreglaron para sacarnos adelante", recuerda Edgar, que a sus 23 años es instalador de fibra óptica, mientras sus progenitores se instalaron definitivamente en Madrid, donde trabajan como transportista y cuidadora de ancianos, respectivamente.
Otro de los tópicos que se desmonta con este estudio es el mito de los desarrapados: "Pese a la desproporcionada atención que les prestan los medios de comunicación, el peso estadístico de los que llegan en frágiles embarcaciones (pateras, cayucos) es casi despreciable (representan menos del 1% del total)", indican los investigadores. La mayoría llega en avión, seguidos de los que usan la carretera.
En este análisis coincide el sociólogo Walter Actis, miembro del Colectivo Ioé (agrupación de científicos sociales que estudia la sociedad española, y que ha publicado recientemente el libro Inmigrantes, nuevos ciudadanos). "El mensaje que los medios están transmitiendo a la población es falso y alarmante: ¡nos invaden cientos de miles de pateras! No es cierto. Además, sólo se informa sobre conflictos, como lo sucedido en Roquetas de Mar, relacionado con gente que vive en malas condiciones y tiene peores trabajos. ¿Por qué no es noticia que los inmigrantes que llegan tienen buena formación y cualificación? Porque es más fácil describirles como desarrapados y muertos de hambre que nos quitan el trabajo", advierte el sociólogo, que también critica la actitud del Gobierno ante la crisis, "porque está lanzando mensajes que dan la impresión de que 'lo mejor es que los extranjeros se vuelvan a casa".
El estudio del INE demuestra que para casi todos los emigrados, España no es país de paso: ocho de cada diez sólo han vivido en su país y aquí, y nueve de cada diez iniciaron el viaje desde su país nativo. Más estereotipos que desmontar: los inmigrantes tienen un nivel educativo similar al de la población española. Un 59% ha acabado los estudios de secundaria, y un 20% tiene una titulación superior. Reher admite que en estos datos hay un factor de distorsión por el peso de la población de países desarrollados, pero aun así destaca que la proporción de los latinoamericanos no andinos -sobre todo argentinos, un grupo que él está estudiando para un trabajo diferente- es superior a la media española. Pero incluso en el grupo con peores cualificaciones (los africanos), el 75% tiene completada, al menos, la primaria.
La historiadora Sánchez Alonso advierte sobre la burocracia española que impide aprovechar al máximo la mano de obra extranjera. "Se ha demostrado con esta encuesta que uno de los problemas para emplear el gran capital humano que nos llega con los inmigrantes es precisamente la falta de agilidad administrativa para la homologación de sus títulos. Si incluso tienen problemas los españoles que van a estudiar al extranjero, mucho peor es para los inmigrantes. Por esa lentitud burocrática se da la situación de profesionales no reconocidos. Una cosa es que trabajen en empleos de baja cualificación y otra que su formación o estudios lo sean", matiza. Aunque convendría hacer un baremo que diferencie y evalúe los planes de estudios de cada país, el hecho es que dentro de unos años los trabajadores españoles podrían verse compitiendo con extranjeros por puestos de alto nivel. "La sociedad española es muy conservadora en ese aspecto. No podemos decir: 'Que vengan todos los ingenieros latinos', porque los ingenieros autóctonos se verían perjudicados. Pero el tiempo pone las cosas en su sitio, habrá una movilidad laboral ascendente en los próximos años -lo que implica mayor reconocimiento de las titulaciones- y la sociedad acabará acostumbrándose o verá más normal esa integración y homologación de los profesionales extranjeros", añade Sánchez.
No coincide con ella Reher. El sociólogo encuentra que esta situación, donde la mitad de los inmigrantes trabaja por debajo de sus cualificaciones -"tíos con título universitario están reformando casas", según describe gráficamente- es, a corto plazo, beneficiosa para su integración. "Está claro que en España hay un sentimiento negativo hacia los inmigrantes, pero éste es inferior porque pujan por los empleos más bajos", advierte Reher. "Si no, el rechazo sería mayor". Al llegar a este punto, el investigador expone una de las razones por las que cree que este estudio, que ha llevado cuatro años de trabajo y ha costado unos dos millones de euros, debería repetirse, porque los datos fueron recolectados "antes de la crisis, en el momento cumbre de llegadas a España [la mayoría lo hizo entre 2002 y 2007] y en el mejor momento económico", afirma.
Claro que los extranjeros no se conforman con esta situación de desigualdad. El estudio muestra su afán de superación. Para medirlo, los investigadores comparan el primer trabajo que consiguen con el que tenían cuando se hizo la encuesta -aunque Reher admite que falta por introducir la variable de cuánto tiempo han tardado en promocionarse-. En contra del tópico, una vez más, lo más habitual es que su primer empleo sea como empleados no manuales de grado bajo (sector servicios, por ejemplo): es lo que consiguió un 40,3%. Sólo un 22,4% empezó por una ocupación para la que no se requería ningún tipo de preparación
[el estudio, que se basa en el padrón, no distingue entre legales e ilegales].
Estos porcentajes varían según las personas se asientan. La proporción de los que siguen con empleos no manuales de grado bajo baja algo (es el 37%), pero, sobre todo, el de los trabajadores sin especialización alguna cae casi a la mitad: lo sigue haciendo un 13,3%. Un 25,5% son "supervisores", es decir, tienen gente a su cargo, y un 11%, empresarios.
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